Viernes, libre

DÍA DE LAS LIBRERÍAS

Entrada a la librería Totora en Llanes (Asturias).

Entrada a la librería Totora en Llanes (Asturias).

Tenemos a Marx y a Marhuenda

Decidir ser librero en estos tiempos es dar un salto al vacío, acercarse al abismo y, paradójicamente, sentirse muy bien. Supongo que lo mismo ocurre con la tarea del editor, a la que también me he acercado, si bien con mucha cautela. Tras el primer salto valiente a la nada, pronto encuentras un precipicio y, muy probablemente, vas a tener que colgarte de alguna rama en forma de segunda fuente de ingresos si no quieres dejarte caer hasta desaparecer por completo.

Meterse en la profesión sin maestros, sin proceder de una familia con tradición y el legado de una histórica librería es aún más complicado y te lleva, según empiezas a comprender los entresijos de la industria, a un estado de pura perplejidad. Porque sí, el “romántico” mundo de los libros, en su gran mayoría, sigue unas estrictas normas dictadas por una industria gigantesca en la que ganan muy pocos y se beneficia, siguiendo la más pura lógica mercantil, al que consiga un mayor volumen de ventas. Da igual qué títulos estés vendiendo, el valor de lo intangible pasa desapercibido, no es volumen de negocio.

En la cadena mercantil participan el editor, el distribuidor y el librero. El autor, junto con otros profesionales muy valiosos que participan en la creación de un libro, entran en un ámbito distinto y, por si lo dudabais, no van a ver un porcentaje muy alto del precio final del libro. Digamos que “forman parte” del editor.

Así que, centrándome en la pura cadena comercial, nos encontramos con 3 actores que se relacionan de una manera cada vez más fría, cada vez más distante y me atrevo a decir que cada vez más injusta y abusiva. Sin entrar en porcentajes concretos, digamos que el distribuidor, que actúa de intermediario entre los editores y los libreros se lleva la parte más importante del pastel. Hay muchos: nacionales y regionales, grandes y pequeños, amables y distantes, humanos y meros softwares que funcionan gracias a un código de cliente, pero todos, todos ellos, ofrecen las mismas condiciones inamovibles si eres un pequeño comercio.

Añadamos los efectos del nuevo siglo, del comercio on-line poblado de gigantes que ni siquiera cumplen con las más básicas normas de competencia justa y el resultado no es otro que el cierre masivo de librerías. En 2015, un periódico nacional publicaba que cada día morían 2,5 librerías en España.

Maticemos ahora qué estoy entendiendo en este artículo por “librero” y por “librería”.

Un librero es una persona que realiza una cuidada selección de libros entre la enorme amalgama de títulos publicados. Un librero sigue una línea, tiene una ideología y quiere promover la cultura de acuerdo a la misma. Una librería es un espacio que ofrece al público la selección de ese librero quién además pasa una enorme cantidad de horas en su librería hablando con sus clientes, comentando libros y recomendándoles autores. Es muy probable que también ofrezca talleres y organice todo tipo de actividades culturales. Y, aunque parezca obvio, un librero es una persona que lee.

Por si no ha quedado claro, en una “librería”, no se puede vender al mismo tiempo a Marx y a Marhuenda. En una librería no se consumen libros junto a chapas y bolígrafos promocionales con precios estúpidamente altos, se encuentran ideas. Y, en definitiva, una librería empieza a ser un rara avis.

¿Qué pena, no? Abocados a encontrar los títulos que más nos gustan al lado de los que más odiamos, a perseguir a un dependiente estresado con un chaleco verde durante horas para que nos conteste con prepotencia que mire en la estantería 14F, “si no está ahí, no nos queda”, aguantar una cola de supermercado y salir de un lugar iluminado con focos bastante violentos, medio ciego, casi aturdido, sin entender en qué momento acudir a una librería, esa actividad tan agradable y tan relajante, se había convertido en un infierno.

Sin embargo, España es uno de los países con mayor proporción de librerías independientes y proyectos editoriales (si bien concentradas en Madrid y en Cataluña). Parece que los actores de este complicado sector, como mero acto de supervivencia, empiezan a plantearse otras formas de relacionarse, más directas, con menos intermediarios y con más participación y cercanía del público.

Todavía no hemos visto a ninguna gran editorial de marcada ideología libertaria mandar a tomar por culo a las grandes superficies, todo sea dicho, pero a lo mejor no estamos tan lejos de ver un cambio radical en la forma de editar y distribuir lo editado. Todo es cuestión de valentía y de seguir acercándonos al abismo. Echando un vistazo al mundo, tampoco tenemos tanto que perder.

 

Julia Díez López es librera, propietaria de la Librería Totora en Llanes (Asturias).

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